martes, 20 de octubre de 2009

Nuestros juegos tradicionales en el Caribe: del patio a la cuadra


*A propósito de la Colección A LA TIÑA del Proyecto de Diseño MONO.

Por Danny Gonzáles Cueto

Al caer la tarde, después de salir de clases, era común reunirse con los amigos, sacar el arsenal de bolas de vidrio con colores y ubicar un área amplia para jugar. Sólo había que poner en escena una habilidad particular: lograr lanzar, con el mayor impulso que diera la uña del dedo índice, el bolinchón contra el contrincante para ocupar el hoyo, señal de que se había ganado el territorio. Jugábamos a la bolita uñita, y cuando lo hacíamos sentíamos que no existía más nada en el mundo.

Jugar es sumergirse en un mundo de sueños donde el tiempo se detiene. Los juegos de la niñez son eternos porque sobreviven en los relatos y la memoria de los adultos, quienes alguna vez fueron pequeños que habitaron un mundo posible en el que el contrincante seguía siendo amigo, sin dejar de ser contrincante.

También, los juegos tradicionales forman parte del acervo material e inmaterial de los pueblos reconocido como patrimonio cultural. Constituyen una parte importante de nuestra cultura popular, un tesoro que, practicado de generación en generación, se convierte en legado inmemorial.

En el Caribe colombiano, a la orilla del mar, en los playones de los ríos, en ciudades, pueblos y sabanas, aun sobrevive el espíritu del juego. Sus nombres resuenan en la memoria colectiva: bolita de uñita, trompo, cometa, la peregrina, el escondido, arroz con leche, estatua o congela’o, cuatro-ocho y doce, el fusilao, entre otros.

La mayoría de los juegos tradicionales tienen origen en la mezcla de las raíces indígena, europea y africana, razón por la cual estas actividades lúdicas también son conocidas en varios países de nuestro continente, aunque con diferentes nombres.

En el caso de Venezuela son comunes denominaciones como la perinola, el yo-yo, el gurrufío, el trompo, las metras o pichas, la zaranda y el papagayo, así como las muñecas de trapo.

Al igual que la bolita de uñita —conocida como canicas en otras regiones—, el trompo es un juguete muy antiguo que atrae a personas de todas las edades. Elaborado con una pieza de madera dura en forma cónica (similar a una pera) y con una punta de metal sobre el que se le hace girar. En su parte superior, el trompo posee una especie de cilindro chato o sombrerito, llamado espiga, que sirve de apoyo para enrollar el hilo.

Para lograr que el trompo gire, se enrolla un cordel desde la púa hacia la espiga, y se lanza al suelo con fuerza, desenroscándose al llegar al suelo. El trompo gira una y otra vez sobre la superficie, bailando con un ritmo y una duración provocada por el jugador que lo lanza, hasta que pierde su movimiento, y se dice que ha “muerto”.

Las brisas decembrinas que se prolongan hasta enero son propicias para volar cometas. Su invención se le atribuye al general chino Han Sin, alrededor de 200 antes de Cristo, para dar aviso de la llegada de refuerzos a una plaza sitiada. Los niños y jóvenes aprovechan de forma lúdica el que alguna vez sirvió a objetivos militares.

Es un juego universal que recibe diferentes nombres: barrilete (hexágono), volantín, birlocha, milocha, cambucha, papalote, papelote, pandorga (redondo y muy grande), yuto (rombo), papagayos, chingo o boquinete, chincha y zamurita. Son elaboradas con diversos materiales como la caña o palitos de madera, con papel de colores, de seda o con seda, atando el esqueleto con hilo y adhiriendo el papel con goma. La cola de la cometa sirve de contrapeso que se aumenta o se disminuye para remontar el vuelo.

Saltar una y otra vez para conseguir el cielo. En la arena dibujábamos contornos imaginarios sobre los cuales se lanzaba una piedrecilla, y el jugador saltaba los pasos que le indicaban los números de aquel cuadro: la peregrina.

Se le llama de diferentes formas en otros lugares de América y la península ibérica: tejo, calderón, cox cox, futi, traquenele, telazarranea, reina mora, pata coja, infernáculo, pitajuela, Mariola (España); luche o huche (Chile); golosa o carroza (Colombia); juego del diablo o juego del hombre muerto (Portugal); mundo (Italia); el juego de la vieja (Venezuela); tejo (México).

Se cree que simboliza el comienzo de la vida, con sus dificultades y alternativas, con estaciones que conducen al cielo, donde se gana.

Los juegos tradicionales pasan de una generación a otra, perdurando en la memoria de los pueblos, pues guardan su producción espiritual. No aparecen en ningún libro, ni en catálogos; no son digitales, ni se pueden comprar en jugueterías. Su gran valor descansa en que nos enseñó —y aún lo hace— a ser mejores personas en un mundo en el que parece condenada a la desaparición la inocencia infantil y el espíritu juvenil.


DANNY GONZÁLEZ CUETO
Magister en Estudios del Caribe (UNAL CARIBE)
Grupo de Investigaciones Visuales del Caribe (VIDENS)
Programa de Artes Plásticas de la Facultad de Belals Artes
Universidad del Atlántico

* Publicado en la Revista Dominical de El Heraldo del 18 de octubre de 2009